Este es el momento oportuno. Este es el día de la salvación

15/3/24

Mientras el mundo se extravía en la guerra, la corrupción y la injusticia; mientras se hunde en el error, indiferente e insensible incluso a las cosas más preciosas y sagradas de la vida, los cristianos queremos seguir a Cristo, que se pone resueltamente en camino hacia Jerusalén: ¡éste es el momento propicio, éste es el día de la salvación! “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». No es sólo para nosotros que queremos vivir esta Semana Santa, esta Pascua, este paso de la muerte a la Vida, es para todos los que llevamos en el corazón, los que están lejos de Cristo, lejos de su Iglesia, los que le han abandonado, los indiferentes, los prisioneros del mal...

En respuesta a esta oscuridad, acogemos a Jesús este Domingo de Ramos con aclamaciones y acción de gracias. Rindámosle homenaje como los hijos de los hebreos: "Hosanna... Bendito el que viene en nombre del Señor"; rindámosle homenaje y ofrezcámosle, como María de Betania, el perfume de gran precio, lo que más apreciamos, démoselo en este Lunes Santo, expresémosle nuestro gran amor a pesar de nuestras limitaciones y nuestros egoísmos. Nosotros también queremos estar a su lado cuando se dispone a sufrir para redimirnos.

La Iglesia dirige entonces su atención a Pedro y Judas: Pedro que niega a su Señor, Judas que lo traiciona por 30 monedas de plata. No los juzguemos demasiado deprisa. Aprovechemos la liturgia del Martes y Miércoles Santos para preguntarnos si hemos sido discípulos fieles y amorosos, dispuestos a perder nuestra reputación, a ser calumniados y condenados con Cristo. Si la traición de Judas fue fatal para él, nosotros debemos aprovecharla para seguir volviendo al Señor, que es tierno y misericordioso. ¿Sabemos reconocer nuestras faltas? ¿Pedir perdón, perdonar, aceptar el perdón que se nos da? Esta Semana, punto culminante del Año y de la vida cristiana, es el momento perfecto para experimentar la reconciliación con Dios, con los demás, con nosotros mismos: ¿lo he perdonado todo como Cristo y con Él?

Así reconciliados, podemos entrar en el Triduo Pascual, los días santos que nos conducen de la Cena del Señor a su Resurrección. Participemos en la liturgia. El Señor nos espera para colmarnos de su gracia. Recibamos la Eucaristía con un corazón agradecido, demos gracias por la institución del sacerdocio, recemos por los sacerdotes. Dejemos que Cristo nos lave los pies, que se haga más pequeño que nosotros, y hagámonos, a nuestra vez, muy pequeños ante este Dios que se rebaja y nos muestra cómo podemos ir también nosotros hacia nuestros hermanos para vivir este mandamiento nuevo que nos confía: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado".

En la noche de la Agonía, todo en nuestras iglesias expresa la gravedad y la desolación de estos días: las cruces y las imágenes de los santos están veladas, los altares desnudos, nada solemne que llame nuestra atención, incluso las campanas están en silencio. En el Vía Crucis y en el Oficio de la Pasión, se nos invita, como a Simón de Cirene, a llevar la Cruz y a adorarla. No dejemos esto a los demás: pongámoslo todo en el Corazón herido de Cristo, nuestras cargas, nuestra desesperación, nuestros sufrimientos... pues es a través de los sufrimientos de su Cruz que Él quiere aliviar los nuestros.

En este Sábado Santo, escuchemos el gran silencio que se extiende por nuestra tierra, la ausencia de Cristo. Permanezcamos en el Sepulcro con María, que esperaba contra toda esperanza. Acaso no prometió: Yo soy la Resurrección y la Vida... Apresuremos su resurrección con nuestra fe y nuestra esperanza en Aquel que todo lo puede. Este es el día de la salvación...

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