21/12/23
¿Cómo la liturgia navideña marca la espera de nuestro Salvador y la alegría de acoger al niño Jesús, nuestro Dios?
Según la antigua tradición romana, está marcada por la celebración de tres Misas (incluso cuatro con la Misa de Vigilia de la noche del 24, popularmente llamada Misa de los Niños): Jesús se entrega a María, a los pastores y al mundo.
La Misa nos prepara a esperar la venida de Cristo, nuestro Redentor, para que podamos vivir ya en su presencia, de su vida y en el Cielo. En la Eucaristía, recibimos la presencia del recién nacido del pesebre. Jesús, tan humilde, se hace pan.
En Nochebuena, la liturgia nocturna recuerda lo que sucedió en Belén: está vinculada a la presencia de la Virgen María y de San José. Vivimos esta Misa deseando recibir a Jesús como lo recibieron María y José y adorarlo con ellos. Por eso, esta liturgia se prolonga en una noche de adoración en la que, en el silencio de la presencia del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, contemplamos a Jesús en la intimidad de la Sagrada Familia. Una noche de gracia, de renovación y de conversión. La conversión de la Nochebuena. En esta Noche Santa, Jesús quiere entregarse de un modo completamente nuevo.
Al amanecer, ¡es el turno de los pastorcillos con la "Misa de los pastores"! Jesús vino en primer lugar para los pobres, para estos pastores pobres, sencillos, amables y alegres. Se han presentado al Niño Jesús "con las manos vacías", pero con sed de conocerle. Nuestras capillas cubiertas de paja en los días de Navidad son un pequeño signo de esto: llegamos pobres a la Navidad para que Jesús llene nuestros corazones.
Y luego la Misa del Día con el pueblo de Dios, nuestros amigos, los fieles que quieran unirse a nosotros... Es una Misa muy especial de intercesión por el mundo.
Elegimos celebrar el día de Navidad en "desierto", en el silencio y la oración para vivir una Navidad misionera: un día especial de intercesión por nuestras familias, por los que sufren, por los que vivirán la Navidad en soledad o con violencia y por los que la Navidad no será un día de alegría. Miramos al Niño Jesús que viene a renovar nuestra esperanza. Él es la fuente de todas las promesas.
Nuestro Salvador viene a nosotros de una manera ordinaria, en la pequeñez de un niño nacido en la pobreza. Es una oportunidad para dejar atrás las cosas secundarias y de reavivar nuestro único deseo: estar cerca de Él, amarlo más profundamente y en su amor, amar a nuestro prójimo. Es un tiempo de verdadero encuentro con el Niño Dios, a quien confiamos nuestra vida.
La alegría de la Navidad es la alegría de la salvación: le decimos: "Ven a salvarme", ¡y Él viene!
Y la esperanza de la Navidad es tener en el corazón, como María, la prisa de su venida, correr con los pastores a su encuentro y mediante el apostolado de la oración, anunciar al mundo el Verbo hecho carne, la Luz de las naciones.