¡Oh, noche bendita!

30/3/24

Dios es un Dios escondido. Le gusta visitarnos por la noche. Fue en Nochebuena que se encarnó para salvarnos. Fue en la noche del Jueves Santo que instituyó la Eucaristía para estar con nosotros todos los días y que ofreció su vida al Padre. Fue en la noche del Sábado Santo cuando, tras descender a los infiernos, resucitó de entre los muertos para llevarnos consigo y anticiparnos la alegría de vivir con Él para siempre. ¡No tengamos miedo de la noche!  No tengamos miedo de la noche del pecado, no tengamos miedo de la noche de la fe, no tengamos miedo de la noche de la ignorancia, de la indiferencia, no tengamos miedo de la noche...

"Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del pecado…Ésta es la noche que a todos los que creen en Cristo, por toda la tierra, los arranca de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, los restituye a la gracia y los agrega a los santos… ¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó del abismo…. Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos… Jesucristo, tu Hijo, volviendo del abismo, brilla sereno para el linaje humano y vive y reina por los siglos de los siglos… " 
(del Pregón Pascual, Alabanza del Cirio Pascual)

Esta noche de vigilia en honor del Señor se abre con la bendición del fuego nuevo. Con su calor, comunica la caridad divina; con su luz, disipa las tinieblas y quema todo lo que aún no ha resucitado en nosotros. Aclamamos a Cristo, Luz del mundo, y damos testimonio de la Resurrección llevando nuestros cirios encendidos. El cirio pascual representa a Cristo resucitado. Por eso caminamos detrás de él, por eso se le lleva solemnemente, se le inciensa y se le alaba. Mientras esperamos la venida del Señor, escuchamos su Palabra: se despliegan para nosotros las maravillas de la historia de la salvación, desde el Antiguo Testamento hasta el Evangelio de la Resurrección, anunciado con alegría por el tan esperado ¡Aleluya! A través de la liturgia bautismal, la Iglesia se alegra de acoger a nuevos hijos y nos da la oportunidad de sumergirnos en la fuente del bautismo junto a ellos, para recibir como ellos, la gracia de la vida nueva. Con ellos, ocupamos nuestro lugar en la mesa eucarística que el Señor nos ha preparado con su muerte y resurrección, y entramos en la alegría de la Pascua.

"Desde el alba de la Pascua, una nueva primavera de esperanza ha invadido el mundo; desde aquel día, nuestra resurrección ha comenzado ya, porque la Pascua no indica simplemente un momento de la historia, sino el inicio de una nueva condición: Jesús resucitó, no para que su recuerdo permaneciera vivo en el corazón de sus discípulos, sino para que Él mismo viva en nosotros, y en Él podamos gustar ya la alegría de la vida eterna.
Hoy la Iglesia reza invocando a María, Estrella de la Esperanza, para que guíe a la humanidad hacia el puerto seguro de la salvación, que es el Corazón de Cristo, la Víctima Pascual, el Cordero que "redimió al mundo", el Inocente que "nos reconcilió a los pecadores con el Padre". A Él, Rey victorioso, a Él crucificado y resucitado, gritamos con alegría nuestro
¡Aleluya!

Benedicto XVI, 12 de abril de 2009

"Lleven esta luz en sus corazones vivificada por la gracia; llévenla en sus ojos, en su sonrisa, en sus rasgos bondadosos. Y que realicen todo el bien que desean..."

San Juan XXIII, 3 de abril de 1963

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