Vivir las vacaciones con María

4/8/24

La solemnidad de la Asunción de la Virgen María, que está a mediados del mes de agosto, es siempre para nosotros una fuente de grandes gracias, a la que debemos prestar mucha atención. En cierto modo, es el corazón de nuestras vacaciones de verano, el pequeño faro en el mar que debe brillar fielmente, recto como una i, en medio del tumulto de las grandes olas que chocan contra él.

Con ocasión de esta gran solemnidad, estamos invitados a escuchar a la Virgen María que nos hace esta pregunta en el silencio de nuestra fe: «¿Quién crees que soy yo? Es la pregunta que Jesús hizo a sus discípulos en medio de las grandes luchas (Mt 16, 13-19), y es la pregunta que nuestra Madre nos hace ahora en el difícil contexto del mundo de hoy. Y espera de nosotros una respuesta, no la respuesta de un erudito, sino la respuesta de un hijo de Dios, que le ofrece toda su inteligencia y su corazón.

Ésta es seguramente la primera respuesta que quisiéramos darle: Tú eres mi Madre, la que me hace nacer a la vida de la gracia, a la vida de la fe, de la esperanza y de la caridad. Tú no traes a tus hijos al mundo como una madre humana, sino que los llevas al Cielo, los depositas tiernamente en el Corazón del Cordero y en el Corazón del Padre.

María dio su vida por esto. Y como Jesús nos dice: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13), María es entonces una amiga, la amistad humana más divina que pueda existir. Podemos entonces confiárselo todo, decírselo todo en nuestra oración, no imaginando un diálogo con Ella, sino en el silencio de nuestra fe. Descansemos en Ella, ella está ahí, presente, compasiva, es decir, para llevar con nosotros lo que es demasiado pesado, para ofrecer al Padre todos nuestros sufrimientos y también todas nuestras alegrías, las alegrías familiares de estas vacaciones de verano en particular.

No dudemos en buscarla en estas fiestas, en dedicarle un tiempo cada día, en familia o a solas. El Rosario es un modo maravilloso de hacerlo: es la más contemplativa de todas las oraciones, porque nos pone inmediatamente -con la eficacia de la palabra de Dios, que hace realidad lo que significa- en presencia de la Virgen María, que siempre está ahí. No dudemos en decirle una y otra vez cuánto deseamos elegirla como nuestra Madre, nuestra amiga, nuestra maestra y nuestra Reina. Confiémosle a todos los que amamos, a todos los que sufren. Pidámosle con audacia y confianza todos los milagros de sabiduría y de paz que el mundo de hoy tanto necesita. Sobre todo, pidámosle personalmente que nos haga vivir de su secreto, de su amor a Jesús, que arde en su Corazón Inmaculado. Esta es su santidad, y es también la nuestra como hijos suyos.

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